domingo, 1 de junio de 2008

LA GUERRA CONTRA LA CONFEDERACION PERU-BOLIVIANA


Génesis del Conflicto

1827, Pedro Trujillo, enviado especial chileno en Lima, vuelve a Santiago con pésimas noticias para el gobierno. El gobierno del Perú se mostró indiferente hacia la propuesta de un tratado comercial con Chile. La guerra con Colombia fue la razón esgrimida por Lima para no comerciar en forma directa con Chile. Consecuencialmente, la decisión tenía otra arista: Se mantenía el impuesto de 3 reales por fanega al trigo chileno. La deuda que Perú mantenía con Chile, respecto de los gastos incurridos por éste en la liberación del Perú, del pago de sueldos y de los pertrechos de la expedición libertadora fue puesta sobre la mesa por Trujillo, indignado por el trato despectivo de la cancillería limeña. Sin embargo, el gobierno optó por destituir a Trujillo y dejar el asunto en stand by.

Tres años más tarde, el gobierno vuelve a insistir a través de Miguel Zañartu. El entonces presidente Gamarra volvió a mostrarse indiferente respecto a la propuesta chilena, y en 1931, se gravó nuevamente la internación de trigo con 7 reales por cada 150 kilos de grano, gesto que fue entendido en Chile como un intento de sacar del mercado el negocio del trigo chileno.

En Chile, el gobierno chileno, de la mano de su ministro más autoritario, Diego Portales, reaccionó castigando el azúcar peruano, gravando en 6 reales por arroba su importación. La recarga al azúcar peruano resultaba legítima para las autoridades chilenas, toda vez que el Perú no había devuelto un solo peso de los $10.950.000 que por decreto, se había comprometido a pagar. La acción del ministro Portales ya se hacía belicosa, frente a la considerada “ladina política chola”, como lo demuestra una carta del Ministro Portales a su amigo Antonio Garfías, el 30 de agosto de 1832:

"Hemos puesto a los azúcares peruanos tres pesos en arroba, resolución que puede muy bien arrancar o mover al gobierno peruano a tomar la medida de gravar por ejemplo con un veinte por ciento las mercaderías que se internasen en sus puertos después de haber pasado por el de Valparaíso, y he aquí un paso que destruiría nuestros almacenes de depósito y nuestro comercio, y entonces no habría otro recurso que volver atrás con la más vergonzosa degradación, y liberarles los azúcares de todo derecho si así lo querían los peruanos o irnos sobre ellos con un ejército: reflexione usted bien y encontrará que es muy posible que el Gobierno del Perú así proceda (al menos yo en su lugar lo haría) y que verá igualmente, llegado este caso, no nos queda otro recurso que uno de los dos que dejo apuntados[1]".

Con la finalidad de poner fin a toda hostilidad, el gobierno chileno de José Joaquín Prieto, logra firmar con el Perú un Tratado de Amistad, Comercio y Navegación en 1835. Sin embargo, problemas intestinos entre el presidente Luis José de Orbegoso y el general Santiago Salaverry, quién apoyado por el general Pedro Pablo Bermúdez, se lanzan en un franca guerra civil, atacando entre otras localidades el puerto de cobija, en territorio chileno, pero de administración boliviana, esto porque Salaverry, ya en la presidencia, luego de derrotar a Orbegoso, decretó una guerra a muerte contra el mariscal Andrés de Santa Cruz, pagando incluso una cantidad de dinero por la muerte de cualquier boliviano.

Obregoso, sin embargo, logró con sus tropas, contraatacar el levantamiento de Salaverry y Bermúdez, con su gran aliado, el mariscal Andrés de Santa Cruz. En ese intertanto, el mariscal boliviano ya tenía los ojos puestos sobre el Perú y su territorio. Así lo constan sus propias palabras:

"...mi deseo es dejar a los peruanos entregados a sus propias pasiones mientras se acaban de dislocar y mientras pasan nuestras elecciones, hasta que probablemente, conducidos por sus desgracias, se entreguen en nuestros brazo. Sangre fría es necesaria entre tanto, y mucha vigilancia que no cesaré de recomendar a Ud.[2]"

Autores de nuestras propias letras, testigos de los acontecimientos, narraban de igual forma los hechos alarmantes del Perú, ya existían precedentes de Santa Cruz y los fines que perseguía:

“El motín militar de El Callao, encabezado por Salaverry el año de 1835 contra el presidente Obregoso, había atraído al año siguiente sobre el Perú, la sangrienta intervención del presidente de Bolivia Andrés Santa Cruz. Tiempo hacía que este jefe ambicioso y sagaz, maduraba la idea de dotar al país mediterráneo que gobernaba con una salida marítima que poniéndole en contacto más directo con el mundo mercantil, facilitase el expendio de los ricos y variados productos de su precioso suelo.[3]

De aquella unión con las provincias peruanas nació la Confederación Perú- Boliviana, creada por decreto, el 28 de octubre de 1836. Un efecto inmediato de las políticas e influencias de Santa Cruz, fue el desconocimiento del tratado firmado con Chile anteriormente, y la aplicación de nuevos gravámenes contra el trigo y la harina chilenos. Santa Cruz, hombre decidido y conocedor de la importancia de Valparaíso como puerto preferido del comercio que abastecía el cono sur, decidió neutralizar la hegemonía comercial del puerto chileno, atacando a su gobierno, y valiéndose de chilenos exiliados en Lima, por el gobierno de Prieto y la mano firme del ministro Portales, que en materias comerciales, estaba dando sus frutos.

“Los emigrados chilenos residentes en Lima, que alimentaban un odio inextinguible por Prieto y Portales, iban a ser los instrumentos de un plan que libraría de toda responsabilidad exterior a su autor. La noche del 7 de julio de 1836, zarpaban del Callao dos barcos de guerra peruanos. El gobierno de Lima, bajo la fingida apariencia de darlos en arriendo, los había puesto a disposición del general Ramón Freire para expedicionar contra el gobierno de Chile. Sin embargo, el golpe fracasó. Ambos barcos cayeron en manos de las autoridades chilenas y Freire, luego de sufrir un proceso, caminó de nuevo al destierro.[4]

Sin embargo, en los círculos más autoritarios del gobierno, esto fue la gota que colmó el vaso. El ministro Portales, utilizando su influencia sobre el gobierno, ordenó que se despacharan dos barcos de guerra a apresar en el Callao a tres buques peruanos. Santa Cruz reaccionó declarando el embargo de tres buques mercantes chilenos hasta que se firmó un acuerdo entre Santa Cruz, y el enviado chileno Victorino Garrido, donde se proponía que éste último, llevase a Santiago una proposición de acuerdo definitivo entre ambos países. El acuerdo fue completamente desautorizado por Portales, quién por medio del presidente Prieto, envió a don Mariano Egaña, con el siguiente ultimátum a Santa Cruz:

· El fin a la alianza confederada entre los Estados.

· Explicaciones por el arresto del Cónsul de Chile.

· Indemnización por los daños producidos por la aventura golpista del general Ramón Freire.

· Reconocimiento de las deudas que el Perú mantenía con Chile.

· Limitación de las fuerzas de la Marina de Guerra del Perú.

· Fin a las hostilidades comerciales.

Comienzan las hostilidades

La diplomacia de Egaña resultó un fracaso. Desbaratar la Confederación Perú-Boliviana era la única solución posible al respecto.

El gobierno, ya consideraba que el desmantelamiento de la Confederación, era la única garantía posible para la actividad comercial nacional, y para la estabilidad de América del Sur, ya que veía a Santa Cruz, y a su título de protector, como una amenaza contra su propia soberanía.

“El gobierno de Chile consideraba como una medida de seguridad la destrucción de ese poder vecino y colosal con bases militares que había conquistado Perú y que extendía al Ecuador sus miradas ambiciosas. Temía además que Santa Cruz consiguiese realizar el pensamiento que, en su ambiciosa niñez, aprendió del general Bolívar, esto es, la creación de un trono americano que habría sido una amenaza perpetua para nuestra seguridad y desarrollo futuros[5].”

Con este objetivo, se envía una nueva expedición al mando del almirante Manuel Blanco Encalada. Las instrucciones del ministro Portales, son claras, respecto a su posición frente a la existencia misma de la confederación:

“La Confederación debe desaparecer para siempre jamás del escenario de América. Por su extensión geográfica; por su mayor población blanca; por las riquezas conjuntas del Perú y Bolivia; apenas explotada ahora; por el dominio que la nueva organización trataría de ejercer en el Pacífico, arrebatándonoslo; por el mayor número también de gente ilustrada de raza blanca, muy vinculadas al influjo de España que se encuentran en Lima; por la mayor inteligencia de sus hombres públicos, si bien de menos carácter que los chilenos; por todas estas razones, la Confederación ahogaría a Chile antes de muy poco.[6]

Casi en forma conjunta, con el zarpe de la expedición, llamada “Restauradora” fue asesinado el ministro Portales.

“cuando se ultimaban los preparativos, el ministro Portales se dirigió a Quillota para inspeccionar parte de las fuerzas acantonadas en esa ciudad. Ocurrió entonces el motín que costó la vida del ministro, suceso que causó horror y estimuló la animosidad contra la Confederación por creerse que era parte de un plan de Santa Cruz.[7]

Poco tiempo después, la expedición de Blanco Encalada desembarcaba en Arequipa, se apoderó de dicha ciudad e hizo frente al ejército de Santa Cruz, pero la superioridad numérica de los confederados era muy superior a la expedición chilena y Blanco Encalada celebró una capitulación en Paucarpata. Ahora bien, según Sergio Villalobos, esta “capitulación” es uno de los tantos triunfos morales de la historiografía peruana, deseosos de anotarse un triunfo sobre Chile. En primer lugar, Blanco Encalada era un americanista, supuesto miembro de la secreta logia lautarina, y en Perú, era reverenciado de la misma manera que Ohiggins y Freire, por su desempeño en la expedición libertadora. Sin embargo, las palabras de Blanco Encalada hablan por si solas:

“En estas circunstancias, en situación tan apurada y crítica, desprovistos de medios, de movilidad, de subsistencia, de vestuario competente para atravesar la cordillera, con un enemigo muy superior al frente ¿Qué movimiento ofensivo podía yo tentar? ¿Qué éxito podía prometerme de buscar al enemigo, a un enemigo poderoso, dueño de todas las posiciones ventajosas que a cada paso proporciona una sierra para combatir, aún siendo en inferioridad de número? ¿No hubiera la ejecución de un proyecto tan desatinado e irracional, atraído la destrucción de todo el ejército? ¿Aprovechaba este inútil sacrificio a la causa que defendíamos? ¿Importaba al honor de la madre patria el exterminio de tres mil de sus mejores hijos? Respondan, no los militares instruidos, sino los hombres mas ajenos de la profesión de las armas, con tal que tengan sentido común y buena fe.[8]

El escepticismo hace sus sugerencias al revisar los principales puntos de la “Capitulación”:

"Habrá paz perpetua y amistad entre la Confederación Peruano-Boliviana y la República de Chile, comprometiéndose sus respectivos gobiernos a sepultar en el olvido sus quejas...[9]"

En ningún punto del pacto se aprecia una imposición por parte de Santa Cruz. Es más, se logró el reconocimiento de la deuda impaga, producto de los gastos incurridos por Chile en la expedición libertadora al Perú, y se consiguió que la expedición chilena, fuese pertrechada completamente para el viaje de regreso.

El rotundo rechazo al pacto de Paucarpata, firmado por Blanco Encalada, de parte del gobierno, hizo que éste último, destituyera y sometiera a corte marcial al ahora ex general. Inmediatamente ordenó preparar una segunda expedición, ahora al mando del general Manuel Bulnes, quién zarpó al mando de unos 5.400 hombres, con un ejército llamado “Ejército Restaurador de la libertad del Perú” Esta nueva expedición significaba una última oportunidad para muchos miembros del gobierno, frente a una oposición algo irritada por el fracaso de la expedición anterior.

“La expedición al Perú tenía todo el carácter de las grandes empresas; el encargado de dirigirla jugaba en ella el todo por el todo; o volvía a su patria con los laureles de un costoso y sangriento triunfo, o jugaba en el azar de una batalla, su crédito, su nombre y su carrera.[10]

Aunque Bulnes fue recibido en un clima de hostilidad, la confederación se encontraba ya debilitada por las pugnas internas, ahora entre los generales Orbegoso y Nieto. Bulnes intentó conciliar la situación y al no ser oído ni considerado, optó por tomar Lima, derrotando a los confederados en el combate de Portada de Guías, el 21 de Agosto. Lejos de disuadir a las tropas de Santa Cruz, éstas se vieron indignadas por la presencia del ejército de Bulnes, consideradas como invasoras y usurpadoras.

La incorporación de las fuerzas antiprotectorado de Gamarra, proclamado Presidente del Perú, aumentó la contingencia militar del ejército restaurador, consiguiendo la victoria de Llaclla, el 17 y 18 de diciembre de 1838. El 6 de enero del año siguiente, el ejército restaurador derrotó a los confederados en el río Buin.

El triunfo en Yungay

Luego del triunfo en Buin, el ejército de Bulnes comenzó a experimentar un grave problema de desabastecimientos, lo que sumado a las enfermedades producidas por el clima y la insalubridad, por lo que se vio obligado a movilizarse hacia el norte, cuyas provincias ya se habían pronunciado contra Santa Cruz.

Como el ejército confederado no hacía frente al ejército de Bulnes, éste, decidido a darle un golpe final a las hostilidades, que ya se estaban haciendo catastróficas para la tropa, producto del cansancio y la falta de apoyo logístico, concluyó enfrentar a las tropas del protectorado en el campamento que éstos tenían junto al río Ancach, en el valle de Yungay, detrás del puntiagudo monte Pan de Azúcar.

La batalla de Yungay comenzó a las cinco de la mañana del 20 de enero de 1939, siendo uno de los puntos más difíciles de penetrar, las laderas del Pan de Azúcar.

Luego de horas de extenuantes combates, el general Bulnes decidió embestir directamente contra Santa Cruz, parapetado al otro lado del río y en una posición de difícil acceso, por estar rodeada de cerros. Hacia las tres de tarde, el Mariscal sacó de las trincheras a la infantería y ordenó perseguir a la caballería de los chilenos y liquidarla completamente. Un último intento de las fuerzas restauradoras para aplastar a las fuerzas de Santa Cruz, fue ordenado por el Coronel Fernando Baquedano, y la caballería chilena arrasó al enemigo, llegando hasta sus trincheras y dejando tras sí un reguero de cadáveres. En la confusión, la caballería confederada chocó contra su propia infantería al intentar retroceder, aumentando el dramatismo de la derrota.

Aunque el parte oficial del general Bulnes reconoció sólo 229 muertos y 435 heridos de su lado, la documentación confidencial del Secretario de Estado Mayor, Coronel Juan de Dios Romero, confiesa secretamente que los muertos chilenos fueron 807 y los heridos 735.

Vencido y humillado, el "Protector" Santa Cruz escapó despavorido hasta Lima, dejando abandonadas todas sus pertenencias en Yungay. Llegó al Palacio de Torre Tagle y se encerró en una de sus habitaciones. La leyenda dice que lloró por varias horas, durante su viaje a Guayaquil en un barco británico.

“El triunfo significó para Chile afirmar arrogantemente su independencia y adquirir conciencia de su destino nacional. La oscura colonia que siempre había estado subordinada al todopoderoso virreinato peruano, convertida ahora en república, había demostrado su vigor al derrotar a las fuerzas combinadas de Perú y Bolivia.

El entusiasmo hizo vibrar al pueblo chileno y diversos homenajes demostraron las repercusiones de la victoria. En Santiago, se construyó el barrio de Yungay, se otorgaron ascensos y condecoraciones a los vencedores y la “canción de Yungay” compuesta por Ramón Rengifo y José Zapiola, conquistó rápidamente la popularidad. Don Manuel Bulnes, comenzó a destacarse como el indiscutido sucesor del presidente Prieto.[11]


[1] Carta de Diego Portales a Antonio Garfias. 30 de Agosto de 1832.

[2] Carta del Mariscal Santa Cruz a la Logia Independencia Peruana, 7 de abril de 1835.

[3] Pérez Rosales, Vicente. Recuerdos del Pasado. 1970. Editorial Andrés Bello. Santiago de Chile. Pág. 118Tomo I.

[4] Eyzaguirre, Jaime. Historia de Chile. 1982. Editorial Zig-Zag. Santiago de Chile Pág. 553. Tomo II.

[5] Bulnes, Gonzalo. Historia de la Campaña del Perú en 1838. Editorial Los Tiempos. 1878. Santiago de Chile. Pág. 9

[6] Carta de Diego Portales a Manuel Blanco Encalada. 10 de Septiembre de 1836.

[7] Villalobos Sergio. Chile y su Historia. Editorial Universitaria. 2005. Santiago de Chile. Pág. 243.

[8] Defensa de Manuel Blanco Encalada ante el Ministro de Estado en el Departamento de Guerra. 28 de Diciembre de 1837

[9] Artículo N° 1 del Pacto de Paucarpata.

[10] Bulnes, Gonzalo. Op. Cit. Pág. 10

[11] Villalobos, Sergio. Op.Cit. Pág. 244.

martes, 20 de mayo de 2008

EL GRAN ROCK PENQUISTA


Es realmente patético.... me he encontrado casualmente con un artículo publicado en el sitio web nuestro.cl quienes quieran revisarlo, pueden visitar el artículo virtual que se encuentra en la siguiente dirección : http://www.nuestro.cl/notas/rescate/sonido_penquista1.htm
Digo que es patético, porque nuevamente se ha plasmado la idea de una ciudad rockera como Concepción, con tintes británicos, con la lluvia que cae casi todos los días, una ciudad húmeda, etc, etc. Lamentablemente, siempre se ha hablado de Concepción como un referente importante en el rock nacional, "Manchester de Chile", "cuna del rock", y otros tantos nombres, que no dejan de ser ridículos, estereotipados y por que no decirlo, un tanto ignorantes, si se pretende crear el concepto de ciudad cuna del rock. Esto lo afirmo, porque los referentes para identificar el rock penquista son siempre los mismos; Emociones Clandestinas, Los Tres y los Bunkers. Para colmo, el referente punk es Machuca, quién escribió el artículo ¿ha estado alguna vez en Concepción viendo a Machuca en vivo? ¿sabrá que cada vez que han tocado, han sido bajados a botellazos? Realmente, llamar a Concepción, ciudad del rock, es como llamar a Rancagua ciudad de las antenas. El rock que se fabrica en Concepción es un rock de tugurio, de bohemia, de pubs, nocturno, clandestino, de bar, de amigos, de vida rockera, no de stars rockers. Bandas como Supercabron, La Juana Rock, Derrame Ska, Ecosidio, Suburbia, KS Perro, Pegotes, Desertores, y tantas otras que por memoria no he nombrado, son realmente quienes configuran el rock penquista, bandas que llevan años y años tocando, y jamás han tenido la necesidad de viajar a Santiago a editar tras una multinacional. Esto lo digo no por ser parte de alguna tendencia musical, sino más bien porque quién ha estado en conce viendo a estas bandas, podrá comprobar que el rock penquista, es un rock muy diverso. Acá se hace de todo tipo de estilos musicales. Lo que sale hacia afuera, es lo que menos se acepta en conce. Cuando niño no comprendía bien lo que realmente era el rock penquista y pensaba que era el mejor rock de Chile, pero no es así, el rock penquista es eso, es Concepción, ciudad, fome, rara, culta, pero a la vez ignorante e ingrata con su propio pasado, el rock penquista es bar, bohemia, vivencias y filosofías personales, no es British Pop, ni nada por el estilo. Durante los 80, algunas bandas sonaron más que otras, por razones mas que obvias, los patéticos de 30 y algo hacia arriba, que hablan del rock latino como si hubiese sido una gran revolución musical, son los que han propagado, ahora con cierto liderazgo en algunos espacios de opinión, este mito del rock penquista. Y todo porque Emociones Clandestinas los dejó con la boca abierta a todos.....

DE LOS CARROS A SANGRE A LOS TRANVÍAS


El pasar de las contaminantes y estrepitosas micros amarillas, a los modernos buses del Transantiago, no fue un cambio que la capital de Chile haya experimentado por primera vez. Los desórdenes, las protestas, y los complicados reveses que ha sufrido el transporte público en Santiago en estos últimos meses, poseen ya antecedentes de condiciones muy similares a las de la situación actual. En el año 1949 el transporte público sufrió un alza de 20 centavos, casi un 50 por ciento, lo que motivó una serie de protestas por parte de los estudiantes, trabajadores y usuarios en general. En 1957 sucedió algo parecido, en donde Santiago volvió a vivir la ola de protestas originadas por el alza de los pasajes en la locomoción colectiva. Sin embargo, el cambio más significativo experimentado por Santiago en materia de transporte público, fue la transición de la tracción animal a la tracción eléctrica. El día 2 de septiembre de 1900, corrió por Santiago el primer tranvía eléctrico, de la mano de la compañía alemana Allgemeine Elecktricitäts Gesselschaft de Berlín. Antes de tal innovación, la locomoción pública se regía por los llamados “carros a sangre” tirados por caballos. Los carros, debían subir y bajar por las calles santiaguinas por medio de una sola vía. Para evitar aglomeraciones, cada dos calles existían desvíos, el carro que llegaba primero debía esperar al que venía en dirección contraria. Al llegar a los paraderos, los conductores de los carros hacían sonar un “pito” anunciando la llegada de la locomoción, y luego hacían sonar el “pito” por segunda vez, anunciando la partida. Estos silbatazos, eran amenizados con expresiones obscenas, con un lenguaje soez y vulgar, que al ser ya característicos en los conductores, eran parte de la vida urbana de la ciudad, así como también el estado etílico de los mismos. Muchas veces, los conductores se detenían a empinarse la acostumbrada “caña” en los innumerables boliches de la calle García Reyes, por lo que al final de las jornadas de trabajo, el estado etílico de los conductores era deplorable. De ahí los términos “hablar como carrilano” y “tomar como carretonero”. Este sistema de locomoción reinó en Chile durante casi 50 años, hasta que la Ilustre Municipalidad de Santiago, gracias a la persuasión del ingeniero Eduardo Carrasco Bascuñan, decidió modernizar el transporte público. Por medio de una licitación pública, la empresa alemana mencionada anteriormente se adjudicó el proyecto, y durante los años 1898 y 1899 comenzaron las construcciones de vías, instalación de postes y cableado de alta tensión, hasta la fecha del 2 de septiembre de 1900, día de su inauguración.
Por supuesto que no todo Santiago se iluminó con un espíritu progresista. La revolución introducida en el nuevo sistema de transporte motivó una serie de protestas motivadas no por el reclamo de los usuarios, sino porque el nuevo sistema trastocó los intereses económicos de los sindicatos de abastecedores de pasto, los agricultores que tenían fundos en los alrededores de Santiago, los criaderos de caballos de San Bernardo, el Gremio de Postillones, Las fábricas de artículos de cuero para monturas, los sindicatos de herreros, los constructores y reparadores de carros, que iba a pasar con los cobradores. La prensa, desconfiada de la innovación acusó a los funcionarios de la municipalidad de haber recibido “primas” (coimas) de parte de la empresa alemana, en fin, una serie de problemáticas que la Municipalidad de Santiago hubo de resolver por medio de una votación interna, resultando así la instalación definitiva del nuevo sistema de transporte.

De ahí en adelante el sistema de locomoción pública avanzó a pasos agigantados en el naciente Chile del siglo XX. En 1904 se instalan los primeros tranvías en Valparaíso y Concepción, con una renovación paulatina de la locomoción pública por todo el país, Comenzando así los problemas de accidentes de tránsito, congestiones vehiculares, emisión de gases contaminantes etc, pero eso ya es otra historia……

Lira, Ramón (1967) PRIMEROS TROLEBUSES DE CHILE, Zig-Zag, Santiago, Chile, Délano, Jorge (1956) YO SOY TÚ, Zig-Zag, Santiago, Chile, ahhh y las fotos las saqué del archivo fotográfico de Chilectra, en internet: www.tranviasdechile.cl.

lunes, 19 de mayo de 2008

LA DEFENSA DE RANCAGUA


1- ¡Avanzan los Maturrangos!
José Fernando de Abascal, Marqués de la Concordia, y Virrey del Perú, a quién Dios guarde por muchos años, a mediados de junio de 1814, consideraba en extremo gravoso el pérfido Tratado de Lircay, firmado entre Gabino Gainza y los brigadieres Ohiggins y Mackenna. Puesto que “¿Cómo había el Virrey de cometer la bajeza y el escándalo de abatir su dignidad y la de la nación que representa, hasta tanto extremo de vergüenza y de degradación?[1]” Abascal confía al coronel Mariano Osorio una expedición destinada al sometimiento del Reino de Chile.
Esta expedición contaría con los recién llegados refuerzos desde la península, consistentes en una compañía de artilleros y un regimiento de infantería llamado de los Talaveras de la Reina y con un contingente que los esperaría en Talcahuano, consistente en unos 2.462 infantes, la mayoría de ellos reclutas, huasos y milicianos, mal armados e indisciplinados, pero que adherían a la causa del Rey y algunos contingentes de caballería. Sin embargo, Mariano Osorio, aunque militar de carrera y de una férrea disciplina, lisonjeado por las noticias recibidas desde Chile, de que las milicias de los llamados “patriotas” estaban dispersas, se dedicaban sólo al pillaje, y al vicio, y que sus jefes, carentes de toda virtud, se encontraban confrontados en una guerra civil, creyó que la expedición no necesitaba de aprestos tan en extremo rigurosos, puesto que la empresa era sencilla en su ejecución. Además, los habitantes del Reino de Chile, tenían fama de ser adherentes fanáticos a la causa de Su Majestad, por lo que dejarían gustosos las armas, cuando recibieran el ofrecimiento de “echar en olvido su desvarío y su loca pretensión de independencia, concediéndoles un perdón general y olvido eterno de todo lo sucedido, por mas o menos parte que cada uno de los que han estado mandando, hayan tenido en la revolución, siempre que dejando las armas de las manos, renueven el juramento hecho a nuestro soberano, que juren obedecer la constitución española, el gobierno de las cortes nacionales y que admitan el que legítimamente se instale para la provincia.[2]
El trece de agosto de 1814, Mariano Osorio desembarca en Talcahuano y es recibido por el intendente de Concepción, quién, luego de ofrecerle un Te Deum, lo pone al corriente de la situación política del reino, y de las líneas insurgentes, apostadas al otro lado de la línea del Maule. Osorio comienza su avance hacia Santiago, y en Chillán se le reúnen las tropas del destituido Gainza, llegando a poseer el ejército de Osorio un contingente de 4.972 hombres, agrupados en tres divisiones, mas una división de vanguardia. El ejército de Osorio marchaba rápidamente, en “marcha forzada” con las fuerzas siguientes: Una División de Vanguardia: Comandada por el Coronel Idelfonso Eleorraga, con 1.452 hombres y cuatro cañones de campaña., la Primera División, comandada por el Coronel José Rodríguez Ballesteros, con 1.400 hombres y cuatro cañones de campaña., la Segunda División, mandada por el Coronel Manuel Montoya, con 1.050 hombres y cuatro cañones de campaña. Y la Tercera División, al mando del Coronel de Talaveras, Rafael Maroto, con seis cañones de campaña y 900 hombres. Luego de descansar en Chillán, la expedición de Osorio avanza hasta Linares, y luego de atravesar el Maule, ocupa Talca. Las tropas a cargo de la defensa de Talca, conscientes de su inferioridad numérica, se replegaron hacia la línea del Cachapoal, llevando con ellos, las funestas noticias del avance de los godos hacia Santiago, causando pánico y alarma en algunos, y regocijo y esperanza en otros.
Osorio envía sin prisa, conociendo la desunión de los jefes de las milicias insurgentes, una intimación “a los que mandan en Chile” oficio que fue hecho llegar a Carrera y Ohiggins, quiénes se encontraban ya en franca guerra civil, dicho oficio, les hizo tomar conciencia de la gravedad de la situación: “venían con la espada y el fuego, a no dejar piedra sobre piedra en los pueblos que, sordos a su voz, rehusasen someterse[3]
Frente a tal exposición de fuerza y poderío, Carrera y Ohiggins, hubieron de vencer sus diferencias y trabajar conjuntamente para la defensa del reino. Ohiggins reconoce a la Junta de Gobierno y a Carrera como General en Jefe del Ejército, el brigadier Ohiggins, queda a cargo de su propia división, y se apresta a defender la línea del Cachapoal, mientras que Carrera comienza a organizar los aprestos para la defensa.
2- En Pie de Guerra
José Miguel Carrera, si bien era militar de formación, y había servido en el Real Ejército, contra las tropas de Napoleón, no tuvo nunca el mando de ningún cuerpo, siempre actuó como subalterno. Poseía la formación militar de la artillería e infantería española, y habiendo sido la guerra contra Napoleón, una guerra de milicianos, no adquirió la experiencia de combatir en campo abierto, con formaciones cerradas y combates organizados.
Bernardo Ohiggins, fue instruido en asuntos militares, por el Coronel Juan Mackenna, quién a pedido del mismo Ohiggins comenzó a darle lecciones de “como ejercitarse en la táctica, siendo en su concepto el mejor medio el de comenzar por el manejo manual de las armas, ejercitándose diariamente con un sargento instructor hasta ser capáz de mandar una mitad, y luego una compañía, un escuadrón, un regimiento, y por fin, divisiones y cuerpos de ejército, según las diferentes escalas de la estrategia moderna, completamente variada en su concepto por Pichegru y Bonaparte.” [4]
Por lo visto, ambos jefes militares, poseían formaciones distintas; una, española, miliciana y desordenada, la otra, de tradición británica, rígida y de acuerdo a los sistemas modernos de la guerra. Sin duda, ambos tendrían la razón.
El plan de Carrera era sencillo y fácil de llevarlo a la práctica: “Disputarían a los realistas el paso del Cachapoal, y en caso de ser rechazados, se replegarían hasta la angostura de Paine, que a causa de la naturaleza del terreno, si Osorio cometía la imprudencia de atacarla, sería las Termópilas de Chile. Si eran obligados a abandonar estas posiciones, podían aun hacerse en el río Maipo un último esfuerzo para contenerlo y dar la batalla en el llano del mismo nombre, que presenta campo y anchura para maniobras de la caballería, en que abundaba el ejército.[5]
Ohiggins, por su parte, no concordó con Carrera en la planificación de las defensas. El Coronel Mackenna, había trazado un plan, sobre la Defensa del Reino de Chile, en 1811, y en el cual, la línea del Cachapoal era el punto más importante de la defensa, en caso de un ataque desde el sur. Por lo que Ohiggins consideró Rancagua como inexpugnable, que podía defenderse contra cualquier enemigo, por lo que decide refugiarse en la plaza el día 9 de septiembre, donde se encuentra con el Coronel Cuevas y el Capitán Ramón Freire, quienes, con algunas milicias habían llegado también a la plaza. “7 de Septiembre de 1814. Freire, con 50 dragones salió de Maipú a tomar posesión de Rancagua; con el mismo destino, salió de Santiago don Bernardo Cuevas, con 150 milicianos, de los cuales 60 llevaban fusil.”[6]
Ohiggins remitió a Carrera una cierta cantidad de cañones, dejando seis para si. El 8 de septiembre, el General Carrera da la orden que se retiren todos los ganados hacia el norte de Rancagua, y de ser posible, despoblar todas las villas desde Curicó al norte.
Se decretó también la prisión de todos los godos, para evitar traiciones. Mientras, se encomendó al presbítero Isidro Pineda, fortificar los despeñaderos de la angostura de Paine. “Se envió al Capitán Joaquín Prieto a reclutar milicianos y reunir a desertores dispersos, amenazando con pena de muerte al que no se presentase y prometiendo una recompensa de veinte y cinco pesos al denunciador, se decretó el alistamiento en masa de todos los esclavos del país, desde la edad de trece años, prometiéndoles la libertad tan pronto como estuviesen filiados y ofreciendo al propietario una indemnización. Algunos ciudadanos generosos ofrecieron gratuitamente al país, los pocos esclavos que poseían y muy pronto pudo formarse un nuevo regimiento, al que se le dio el nombre de Regimiento de Ingenuos de la Patria[7].”
Ohiggins con sus tropas se dedican a reunir pertrechos, como lo constan los múltiples oficios intercambiados con Carrera, anotados por el prócer en su diario militar, “Septiembre 8 de 1814: Ohiggins pide maderas, fierros, alquitrán, maestros de montajes, herreros, fraguas, carretas, carreteros, caballos, mulas, etc, no se que haría este hombre con los muchos auxilios de esta clase que tenía el ejército. No puede explicarse la desorganización en que se hallaban todos los ramos de él. Un cabo de escuadra habría tenido mejor administración. Todo se le mandó prontamente.[8]
“Septiembre 16 de 1814: Ohiggins pide para su división, vestuarios completos, víveres, bajages, útiles para el rancho de tropa, herramientas, etc, todo lo faltaba; su división era un esqueleto.[9]

Desde los días 20 al 24 de Septiembre, Ohiggins se dedica a reconocer los terrenos y construir fortificaciones en los vados del Cachapoal, que en Septiembre, poseía tres, no muy caudalosos, por lo que podían ser atravesados, en marcha forzada, en un día, por una división completa.
El día 25 Ohiggins ordena construir trincheras en las cuatro calles que dan acceso a la plaza de Rancagua. El día 27, se le reúnen en la plaza de Rancagua, las milicias del Coronel José María Portus y la Segunda División de Juan José Carrera.
Inmediatamente Ohiggins y Juan José Carrera comienzan a preparar las defensas patriotas, acordando Ohiggins defender la ciudad y Juan José Carrera el vado de Los Robles. Luis Carrera esperaría en la retaguardia, con su división, prestos a socorrer a los replegantes, en Las Bodegas del Conde, actual pueblito de La Compañía, a un costado de Graneros.
Así, las fuerzas que enfrentarían a las tropas de Osorio serían:
- La Primera División: Mandada por el Brigadier Bernardo Ohiggins, con 1.155 hombres con 30.000 cartuchos de fusil y 4.000 piedras de chispa.
- Segunda División: Al mando de Juan José Carrera, con 1.861 hombres, con 30.000 cartuchos de fusil y 6.000 piedras de chispa.
- Tercera División: Al mando de Luis Carrera, con un total de 915 hombres, con 60.000 cartuchos de fusil y 9.000 piedras de chispa.
El Estado Mayor del Ejército, al mando de José Miguel Carrera, permanecería replegado en Angostura de Paine.
De doce cañones que posee Ohiggins, deja dos en cada trinchera, los cuatro restantes, los aposta en el centro de la plaza. Coloca sobre los tejados de las casas, sobre los puntos altos de la iglesia y parapetados en algunos árboles, pelotones de infantería, con mayor reserva de tiros y pólvora. Por último, encomienda a cada trinchera un jefe para su defensa: la calle del sur, actual calle Estado al mando del capitan Manuel Astorga y tres cañones a cargo del capitán Antonio Millán. La calle de la Merced, en dirección al norte, actualmente, también calle Estado, al mando del capitán Antonio Sánchez. La calle del oriente, actual Riesco, al mando del capitán Francisco Javier Molina y la calle del poniente, actual paseo Independencia, al mando del capitán Hilario Vial. La bandera negra, indicando que no habría rendición, fue puesta en todos los puntos altos de la plaza. Solo restaba esperar. Era el amanecer del 1º de Octubre de 1814…
[1] Barros Arana, Diego. Historia General de Chile, Tomo IX. (2002) Editorial Universitaria. Santiago de Chile. A su vez, el clásico historiador, toma estas palabras de un opúsculo titulado El Pensador de Perú, y que figura en una colección de documentos históricos de Manuel Odriozola. Pág. 382
[2] Instrucciones dadas por el Virrey Abascal a Mariano Osorio. Tomadas por Barros Arana: Op.Cit. Pág.385
[3] Campos Harriet, Fernando. José Miguel Carrera. (1974) Editorial Orbe. Santiago de Chile. Pág. 64.
[4] Vicuña Mackenna, Benjamín. El Ostracismo de Ohiggins. (1860) Imprenta y Librería del Mercurio de Santos Tornero. Santiago de Chile. Pág. 113.
[5] Amunátegui, Miguel Luis y Gregorio. (1912) Imprenta, Litografía y Encuadernación Barcelona. Santiago de Chile. Pág. 158.
[6] Carrera, José Miguel. Diario Militar. (1900) Colección de Historiadores y de Documentos relativos a la Independencia de Chile. Tomo I, Imprenta Cervantes. Santiago de Chile. Pág. 366.
[7] Gay, Claudio. Historia de la Independencia Chilena. Tomo 2 (1836) Imprenta París. Santiago de Chile. Pág. 122.
[8] Carrera, José Miguel. Diario Militar. Op.Cit. Pág. 367.
[9] Carrera, José Miguel. Diario Militar. Op.Cit. Pág. 368.